CRÓNICA| FILOLETRAS
Recuerdo muy bien el día en el que decidí dejar de bailar, fue el mismo día en que mi agresor se acercó a mi por primera vez, solo hasta ese momento me di cuenta que que había empezado a seguirme. Recuerdo muy bien el sentimiento, quería gritar, pero sus ojos penetrantes me silenciaron, quería correr, pero la avenida estaba llena de autos que iban y venían. Cuando mis piernas reaccionaron, corrí al otro extremo; no sé como fue que no me atropellaron en ese momento. En una tarde de primavera salí con Kimba a fuera de mi casa cuando lo vi en su motocicleta, había pasado frente de mí. Jamás supe cómo había descubierto en dónde vivía. Desde esa tarde, dejé de salir de casa.
Lo oía pasar con su moto a fuera de mi casa porque me había domesticado con el ruido y porque sentía miedo, de esos en los que quisieras desaparecer para sentirte a salvo, porque sabes que ni en tu casa y pensamientos estás a salvo.
Viví con miedo desde los 16 hasta que cumplí 18 años; la edad en la que intentó agredirme. En momentos anteriores ya había intentado acercarse a mí, pero siempre corría, hasta ese entonces había sido lista, porque sabía cómo reaccionar.
Los hechos más fuertes sucedieron el 3 de diciembre del año 2017 a las 6:00 PM, me encontraba caminando cerca del zócalo cuando lo vi en su motocicleta. Con miedo fui a dónde me había enviado mi mamá y de regreso ya no estaba, me sentí segura; suspiré. Segui mi camino y fue frente a la preparatoria que me jaló, el miedo invadió mi cuerpo y mi mente se puso en blanco. La señora de la cremería no sabe cuánto le agradezco, porque sin saberlo salvó mi vida al salir a barrer la banqueta. Entonces él se alejó. Vi una combi y me subí, todo el camino iba temblando de miedo, porque logré salvarme, pero sabía que a la próxima no iba a ser así.
Llegué a casa y mi mamá estaba en la puerta hablando con una señora que ambas conocíamos. La ví y lloré, ambas se acercaron a mí y me preguntaron lo que había pasado. No podía hablar, solo podía llorar.
A las 8:30 de la noche estábamos en la presidencia auxiliar. Todo fue muy rápido. Mi mamá abrazándome, yo lloraba y no podía hablar; mi papá se fue en la patrulla con los policías a buscarlo. Él llegó preso, me veía con odio. Mi papá lo golpea, los policías lo detienen. Llega la familia, me señalan, me insultan; mi mamá me abraza más duro. A él se lo llevan con el MP, llega su abogado gritando; todo era un escándalo.
Me recuerdo en la patrulla llegando con mi mamá para dar mi declaración al MP, lo vi tras las rejas; escuché a su familia insultando.
10:30 PM llegamos a casa y me fui directo a dormir.
El 4 de diciembre a las 7:30 am llegamos a Caja de Justicia, estuvimos tres horas esperando, 10:45 pasé con el perito, me dijo que no había delito que perseguir porque mi agresor no me acosaba, solo me cortejaba y como era mayor de edad, no había delito. Salí llorando.
El 5 de diciembre viajo a Puebla al rededor de las 6:39 de la mañana para interponer una denuncia, crean una carpeta de investigación que a estas alturas estoy segura de que nunca la volvieron a abrir. El psicólogo me preguntó cómo iba a vestida ese día, que tipo de ropa interior uso, cuántos novios había tenido y si ya había iniciado mi vida sexual. Regresé a casa a las 10:00 de la noche. Todo fue un martirio, recordar una y otra vez todo lo que me quiso hacer. Fue un martirio que me dijeran que yo tenía la culpa, pero el peor martirio que todavía le veo la cara. No tuve justicia ni mucho menos tendré descanso de él.
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